Bloque

La repentina lluvia de la tarde cubría las calles adoquinadas, convirtiendo los apresurados reflejos de los carteles de neón en brillantes y abstractas pinceladas de color. Bajo el toldo de una librería cerrada, un solitario músico callejero comenzó a improvisar una melancólica melodía con su saxofón. El sonido, ligeramente amortiguado por el aguacero, se colaba entre el zumbido del tráfico, imprimiendo un pulso oculto y conmovedor al ajetreo, por lo demás impersonal, de la ciudad. Fue un momento breve y cinematográfico que desapareció tan rápido como había llegado, dejando tras de sí sólo el olor húmedo del hormigón y el ozono.

El viejo reloj de la repisa de la chimenea avanzaba con una insistencia rítmica y constante, contando los silenciosos minutos de una tranquila tarde de martes. La luz del sol, densa y dorada, se colaba por el cristal de la ventana ligeramente polvorienta, iluminando las motas de polvo que danzaban en el aire como galaxias caóticas en miniatura. Fuera, un suave viento agitaba las hojas secas y carmesíes del arce, creando un sonido suave y susurrante, casi melódico. Dejó el pesado libro con el que había estado luchando y perdió momentáneamente la trama en la repentina y abrumadora sensación de calma que se había apoderado de la habitación, dándose cuenta de que, a veces, los momentos más profundos no se encuentran en las grandes aventuras, sino en el sencillo y olvidado santuario del presente.